diumenge, 29 de gener del 2012

Vine del Norte / Se abrirán las grandes alamendas



martes 25 de noviembre de 2008

Se abrirán las grandes alamedas

Salvador Allende se atrevió a soñar un Chile diferente. Uno en el que los niños nacieran para ser felices, en el que todos tuvieran acceso a una vivienda, a la luz, al agua potable, en el que los mayores tuvieran derecho a un descanso justo, en el que una reforma agraria beneficiara también a pequeños y medianos agricultores, en el que la asistencia médica fuese gratuita... Así lo revelan las cuarenta primeras medidas que el Gobierno de la Unidad Popular pretendía impulsar durante su mandato.

El sueño se vio truncado por un sangriento golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.

Allende afirmaba en su último discurso radiofónico:
Trabajadores de mi patria: Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

Los días 7 y 8 de noviembre se abrieron las grandes alamedas para que en la Pista Atlética homenajearan al hombre libre que fue Salvador Allende.

Mientras cruzamos la cordillera observo el paisaje. Los picos andinos asoman por encima del mar de nubes, curiosos, vigilando nuestro paso y nuestro sueño. Me emociona volver a Chile. Más aún en un contexto de estas características. Aterrizamos cansados pero ansiosos por el encuentro en la celebración del Centenario de Allende.

A la mañana siguiente, el día del concierto, visitamos Villa Grimaldi. Lo que fue ayer un centro de detención y tortura hoy es un centro para la memoria. La paz que se respira en el recinto, el olor de las rosas plantadas por cada víctima contrasta de forma terrible con el desgarrador testimonio de los supervivientes.

Alguien cuenta como una de las presas le narraba sus interrogatorios. Entre torturas ella afirmaba no ser más que una cantante de folklore. ¡Canta!, le ordenaban sus carceleros, ¡canta entonces! Y ella entonaba el “Gracias a la vida”. Al contar esto, pasado el tiempo, la protagonista se echa a llorar. ¿Por qué lloras?”, le pregunta el que escucha. “Por haber traído a Violeta hasta este horrible lugar” responde entre lágrimas.

A veces escuchando ciertas historias descubres que si haber vivido aquello supone una experiencia terrible, sobrevivirlo tampoco es fácil para ellos. Y les escuchamos hablar de compañeros de celda que nunca regresaron.

Dar testimonio de lo vivido alimenta la Memoria Histórica y la certeza de que no se han de repetir los errores, las atrocidades cometidas en lugares como aquel. La memoria es herramienta de futuro.

Antes de irnos nos enseñan las vigas a las que amarraban a los presos antes de lanzarlos al mar. Fueron utilizadas como prueba por el Juez Guzmán Tapia en uno de los procesos que abrió contra los asesinos.

Marchamos a la prueba de sonido con un agujero en el pecho y tarareando la canción de Violeta Parra: gracias a la vida que me ha dado tanto...

En la prueba de sonido nos encontramos con Pancho Varona y García de Diego, dos grandes. Charlamos mientras esperamos nuestro turno para probar sonido. Hablamos de viajes, de amigos comunes, de planes por hacer... Al terminar la prueba partimos para el hotel para prepararnos para el concierto.

Es inevitable que los nervios te asalten en los momentos previos a un concierto, pero cuando se trata de uno de estas características casi hay que abofetearme y empujarme para salir como a la bailarina de Candilejas de Chaplin.

Antes me encuentro con viejos amigos, con maestros del oficio. Sabina me dice”Ismael, ¿me dejas una guitarra?”. Joder, te la regalo, te doy las palmas y lo que haga falta. Quién me lo iba a decir.

Llega mi turno. Me presentan. Pero aún no puedo salir. Hay que preparar el escenario, montar las líneas y los pedales de las guitarras, chequear sonido. 30.000 personas esperan pacientes y yo estoy que me subo por las paredes. La espera se me hace eterna. Por fin cantamos y el público me abraza con sus gritos y aplausos. Fue un momento inolvidable. Miguel Ríos me recibe al salir del escenario con una sonrisa cómplice. Otro maestro. Uno de los rockeros más grandes de este país que llena el escenario con su voz aterciopelada. Cuanto le queda a uno por aprender.

Al día siguiente tocamos en el Teatro Oriente. Se trata de un viejo amigo. Hemos vivido allí momentos felices y como hemos repetido en este blog estamos dispuestos a desobedecer a Sabina, aunque sólo sea en esta ocasión: regresamos a los lugares en los que fuimos felices. Y lo volvemos a ser. Peumayen amanece tranquilo y esta vez su mar sabe a Pacífico y a versos de Neruda. Nuestro mar ilumina nuestros sueños como lo hace en la habitación del poeta en su casa de Valparaíso, la Sebastiana. Mi guitarra es el mástil de proa y atracamos felices en el teatro de Providencia. Me moría por volver.

Los días posteriores nos toca hacer la promoción habitual: entrevistas en radio, televisión, prensa. Y preparamos el viaje Puerto Montt, donde será la primera vez que actuemos.
Puerto Montt, en la región de los lagos, es una hermosa ciudad protegida por una bahía que no te deja ver el mar abierto. Jara le cantaba a un episodio trágico en la historia de la ciudad: varias personas fueron asesinadas cuando los carabineros asaltaron e incendiaron las chabolas de familias sin hogar que habían ocupado los terrenos de un acaudalado terrateniente de la ciudad.
El día de la llegada salimos para Puerto Varas para comer. Hermoso paisaje y tremenda comida. Nuestro técnico de luces, Vicente, inventa un nuevo refrán:
Hay que echarse buena siesta, tras comerte un buen curanto o tras un pedo de espanto.

Con rima y todo. Y a los lejos los volcanes iluminan con sus cumbres nevadas el cielo de la bahía.

Antes del concierto tenemos rueda de prensa y gente del gobierno de la región nos recibe hospitalariamente dándonos la bienvenida. Nos informan de lo dura que fue la evacuación de los pueblos que se vieron afectados por el volcán Chaitén. Algunas de las entradas se regalaron para los refugiados en Puerto Montt.

El concierto es maravilloso. Para nuestra sorpresa, en nuestra primera visita, tan al sur del país, mucha gente acude al concierto y canta entusiasmada las canciones. El atardecer en Peumayén envidia algo al de la bahía de Puerto Montt y en nuestras redes intentamos atrapar algo de la luz que nos regalaron las risas y el canto de estos nuevos viejos amigos. Una gran noche e infinito agradecimiento por la generosidad de un pueblo que nos hizo sentirnos como en casa y que nos arropó con su voz.

Volvemos a Santiago al día siguiente donde tenemos de nuevo concierto en el teatro Oriente.
Nunca me gustaron las despedidas, pero esta fue especial. Es nuestro último concierto en este tramo de la gira americana. Si bien sé que regresaremos pronto, es difícil no emocionarse. Peumayén se despide de Santiago con nuevas historias, con nuevas risas, con nuevas lágrimas. Fue un concierto muy emocionante. No sólo por el sabor a despedida si no porque el público nos devolvió el reflejo de las estrellas que cruzan la noche de Peumayen en el espejo de sus rostros. Volveremos pronto, porque, la canción está en lo cierto, siempre muero por volver.

Recuerdo cuando me despido de mis hermanos argentinos, Néstor, Beto, compañeros de viaje y peripecias en estos días, en los aeropuertos. Como somos dados a la sentimentalidad en exceso y porque nos queremos mucho intentamos abreviar la despedida todo lo que podemos mientras nos iluminan las pantallas con los avisos de las partidas de los vuelos. Esbozamos un hasta luego precipitado con la voz rota y nos damos un abrazo apresurado, como si no fuera para tanto. Intentamos entrar a la sala de embarque sin mirar para atrás y finalmente lo hacemos porque no podemos evitar echar un último vistazo a la gente que tanto nos da y que tanto nos importa. Y entonces se resquebraja la coraza que planeaste vestir en momentos como este, y le tiembla a uno la mirada mientras queda en la retina la imagen de esos tipos que hacen que las cosas merezcan la pena, que siempre están ahí, caminando a tu lado, soñando despiertos, y haciendo este viaje apasionante, abriendo ventanas a la incertidumbre y sobre todo a la esperanza.

Y ahora, como entonces, trato de abreviar la despedida, como el hasta mañana que nos decimos después de cada concierto, porque aún queda todo por hacer, porque sabemos que pronto volveremos a desplegar las velas de nuestro barco para encontrarnos con un Peumayén amanecido arribando en nuevas costas. Gracias por tanto.